En casos de depresión siempre es importante dejarse ayudar por un profesional

Nunca imaginé que acudir al psicólogo sería el punto de inflexión en mi vida. Durante mucho tiempo, me sentí atrapado en un túnel oscuro del que no parecía haber salida. La depresión había teñido mi vida de gris, y cada día se sentía como una repetición sin fin de tristeza y desesperanza. Me había convencido de que este era mi nuevo normal, que estaba destinado a sentirme así para siempre. Sin embargo, dar el paso de buscar ayuda fue el primer acto de valentía que me llevó a recuperar a la persona que solía ser.

Recuerdo claramente el momento en que decidí ir al psicólogo. Había llegado a un punto en el que la tristeza y la apatía se habían apoderado de mí por completo. El simple hecho de levantarme de la cama y enfrentar el día parecía una tarea monumental. Las cosas que solían darme placer ya no significaban nada, y las relaciones con mis seres queridos estaban sufriendo. Sentía una distancia abrumadora entre el yo que solía ser y el yo que había llegado a ser. Fue entonces cuando me di cuenta de que necesitaba ayuda profesional, y esa realización, aunque aterradora, fue también el primer paso hacia la recuperación.

El primer día en la consulta de Ángela Rodríguez estaba cargado de ansiedad. No sabía qué esperar, y me preocupaba cómo podría expresar lo que sentía. Sin embargo, desde el momento en que entré a la consulta, me sentí acogido en un entorno seguro y no juzgador. Mi psicóloga escuchó mis palabras con atención y empatía, lo que me permitió abrirme lentamente sobre mi sufrimiento. Hablar sobre mi depresión, algo que había intentado evitar durante tanto tiempo, me permitió empezar a entender mejor mi situación.

A medida que avanzaban las sesiones, comencé a aprender sobre las herramientas y técnicas que podían ayudarme a manejar mis pensamientos y emociones y la terapia cognitivo-conductual, en particular, fue crucial. Me enseñó a identificar y desafiar los patrones de pensamiento negativos que perpetuaban mi depresión. Empecé a darme cuenta de cómo mis creencias erróneas sobre mí mismo y mi situación estaban alimentando mi malestar. Aprender a cuestionar estos pensamientos y reemplazarlos con perspectivas más equilibradas fue una revelación. Poco a poco, empecé a sentirme más en control de mi mente y mis emociones.

Un aspecto fundamental de la terapia fue el trabajo en el auto-cuidado y la auto-compasión. Mi psicóloga me ayudó a entender la importancia de cuidar de mí mismo y a desarrollar hábitos saludables. Desde la incorporación de una rutina de ejercicios hasta la práctica de técnicas de relajación, estas pequeñas pero significativas acciones comenzaron a marcar una diferencia en mi bienestar general. Aprender a ser amable conmigo mismo y a reconocer mis logros, por pequeños que fueran, fue un cambio de paradigma. Antes solía criticarme severamente por no estar a la altura de mis propias expectativas, pero la terapia me enseñó a tratarme con la misma empatía y comprensión que ofrecería a un amigo querido.

Otro aspecto crucial de mi recuperación fue la redefinición de mis relaciones interpersonales. La terapia me ayudó a entender cómo mi depresión había afectado a mis vínculos con los demás y cómo podía reparar esas conexiones. Empecé a comunicarme de manera más abierta y honesta con mis amigos y familiares, y descubrí que su apoyo era más profundo de lo que había imaginado. Al trabajar en mi capacidad para conectar con otros, también aprendí a establecer límites saludables y a priorizar mi bienestar emocional.

Recuperar mi antiguo yo no fue un proceso inmediato ni lineal. Hubo días en que me sentía estancado, pero el compromiso con la terapia y el esfuerzo consciente por aplicar lo que aprendía me dieron la esperanza necesaria para seguir adelante. Con el tiempo, me di cuenta de que la depresión no definía quién era, sino que era un desafío que estaba aprendiendo a superar.

¿Cuáles son los síntomas de la depresión?

La depresión es un trastorno del estado de ánimo que puede afectar profundamente la forma en que una persona siente, piensa y maneja las actividades diarias. Sus síntomas pueden variar en intensidad y duración, pero generalmente incluyen una combinación de aspectos emocionales, físicos y conductuales, tales como:

  • Estado de ánimo deprimido: sentimientos persistentes de tristeza, vacío o desesperanza. Las personas pueden sentirse irritable o a menudo llorar sin razón aparente.
  • Pérdida de interés o placer: falta de interés o disfrute en actividades que antes eran placenteras, como pasatiempos, relaciones sociales o actividades cotidianas.
  • Cambios en el apetito: pérdida o aumento significativo del apetito, lo que puede llevar a una pérdida o aumento de peso. Algunas personas pueden experimentar cambios en sus hábitos alimenticios, como comer en exceso o no comer nada.
  • Alteraciones en el sueño: problemas para dormir, como insomnio o dormir en exceso. La calidad del sueño puede verse afectada, con dificultad para conciliar el sueño o despertarse a mitad de la noche.
  • Fatiga o falta de energía: sensación constante de cansancio, debilidad o falta de energía. Las tareas diarias pueden sentirse abrumadoras y agotadoras.
  • Sentimientos de inutilidad o culpa: pensamientos excesivos sobre la culpa o la auto-crítica. Las personas pueden sentirse inútiles o experimentar una autoevaluación negativa excesiva.
  • Dificultad para concentrarse: problemas para concentrarse, tomar decisiones o recordar cosas. Las personas pueden sentir que sus habilidades cognitivas están deterioradas.
  • Pensamientos de muerte o suicidio: pensamientos recurrentes sobre la muerte, el suicidio o la auto-lesión. Este síntoma es particularmente grave y requiere atención inmediata.
  • Dolores físicos inexplicables: dolores o molestias físicas sin una causa médica clara, como dolores de cabeza, dolores musculares o problemas digestivos.
  • Aislamiento social: tendencia a alejarse de amigos y familiares, evitando situaciones sociales y buscando estar solo.
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